jueves, 14 de septiembre de 2017

Nuestro último abrazo

Nuestro último abrazo fue de la siguiente forma:

Yo llevaba niebla en la cabeza,
y frío en los "te quiero",
dispuesto un día más
a asumir la derrota que me esperaba
temiendo que mi corazón,
acabase bailando sobre unos brazos que no me pertenecían,
otra vez...

Ella apareció en mis pupilas,
como el primer rayo de sol tras un largo invierno,
como esa gota de agua que crece en el desierto.

La vi,
y volví a entender el sabor de mi herida,
recordé por qué mi alma sigue anclada a su recuerdo,
y mi corazón viajando en su maleta.

Nos abrazamos sin querer tocarnos,
pero esperando que no acabase nunca,
apreciando cada milímetro que unían nuestros cuerpos,
odiando cada promesa rota que nos había separado.

Le lancé un "te veo bien" que no capturó a su presa,
ella seguía intentando no verme para no recordar.
Pero en nuestra historia el corazón estaba entrenado a sentir,
viesen o no viesen nuestros ojos.

La vi frágil, pequeña y asustada,
pero con la misma belleza especial de siempre,
como el sol después de una noche de tormenta,
como el primer brote después de un incendio.

Me moría de ganas de abrazar sus dudas,
aplastar sus silencios,
disuadir a sus fantasmas,
y besarle cada centímetro del alma.
Quería reinventar el pasado,
colorear el presente
y regalarle mi futuro.

Me sentía tan atado a esa figura,
al diamante de su inocencia,
a la dulzura de sus manos,
a las ventanas de sus ojos,
a cada herida o cicatriz,
que hacía de ella
el ángel caído más bello del mundo.

Porque su grandeza era la de alguien que resurge,
que brilla aun lleno de barro,
que vuela con heridas en las alas,
y te lo digo por experiencia,
ese tipo de belleza nunca se olvida.

Entonces pasó lo que mas temía,
después de poner mis cartas en la mesa,
ella me dijo que no jugaba,
que lo suyo no eran las apuestas.

Nos levantamos 
la abracé por última vez,
y mientras ella me decía "no me dejes" con la mirada,
su cuerpo me enseñaba el pliegue de su espalda,
pasando por el marco de la puerta,
yéndose de la cafetería,
pero quedándose en mi memoria 
dejándome herido de muerte,
bailando una canción que no se hizo para mis zapatos.