No sé en que momento pasamos de buscarnos a encontrarnos.
Pero si sé que a ese momento le podía llamar hogar.
Recuerdo que me invitaste a tu ciudad,
me dejaste mirar por tus ventanas,
pasear tus calles
y quedarme a vivir.
Yo hice un pequeño jardín de dos,
para que pudiesemos ser uno,
y tú,
sin soltarme la mano,
te tumbaste a mi lado a descansar.
Plantamos sueños y sembramos alegría,
y cuando llegaban las tormentas,
en vez de huir,
nos mirábamos a los ojos,
y eso bastaba.
Empecé a acompasar mi vida a la tuya,
y poco a poco iba confundiendo mis manos con las tuyas,
hasta el punto
en el que al hablar de mi,
siempre lo hacía con tu nombre
No hay comentarios:
Publicar un comentario